Prólogo para Takemitsu

Takemitsu como compositor no exótico. Historia del Japón para músicos. Formación del joven Takemitsu y conclusiones


Este artículo es el prólogo del trabajo que se entregará a los asistentes al famoso curso sobre Takemitsu. El trabajo completo, en la medida que sea posible (derechos de autor, que no es claro si quedan cubiertos por el uso legítimo en Internet), lo haré público tras impartirlo. Aviso que no hay detalles técnicos en este prólogo.

El oceáno sin Oeste ni Este

Peter Grilli nos cuenta que las últimas palabras de Takemitsu, escritas en tarjetas y cartas a sus amigos, desde la cama del hospital, fueron:
“I will regain strength as a whale,
And swim in the ocean that has no West and no East!”

Es decir:
“Reganaré fuerzas como una ballena,
¡Y nadaré en el océano que no tiene Oeste ni Este!”

De este océano metafórico es del que debemos hablar para comprender la figura de Toru Takemitsu —en este trabajo emplearé la costumbre occidental de poner primero el nombre personal y después el familiar, aunque en Japón se haga al revés y se hable, por ejemplo, de Takemitsu Toru—.
De este compositor se ha dicho que representa un puente entre lo oriental y lo occidental. En efecto, ha llevado a Japón una gran carga de cultura occidental, no sólo musical sino de todo tipo. También ha hecho consciente a Occidente de la cultura asiática en general. Sin embargo, resultaría un poco simplista defender que Japón es representativo de todo Oriente. Y, ciertamente, la actitud de Takemitsu era la de aprender de todos los sonidos, no limitándose en ningún caso a sólo lo japonés.
Veamos algunas declaraciones suyas al respecto.
«Por supuesto no puedo ser indiferente como compositor a la cultura tradicional de nuestro país. Pero me reconozco como un ciudadano de la escena musical mundial, más que como compositor japonés. Trato de pensar sobre problemas del hoy a través de la música como forma de representación.»
«Es natural que tratemos de admirar y proteger la cultura única que ha desarrollado nuestro pueblo. Así que también deberíamos tener comprensión y admiración por otras culturas. Lo que más necesitamos son ojos con los que podamos ver cada cultura o tradición desde un punto de vista relativo. Y deberíamos estar orgullosos de que cada estilo de vida pueda cambiar de alguna forma el destino de este planeta.»
«Mi música está muy influida por la tradición japonesa, especialmente el jardín japonés, en color, espacio y forma. Al mismo tiempo está muy influida por Messiaen, Debussy y Schönberg —quizá más que por el jardín japonés— … Cuando uso instrumentos japoneses, la gente dice: «¡Oh, muy japonés!». Algunas veces es muy duro para mí. En esos casos me gusta hacer otras cosas. Amo escribir mi propia música, y la música debería ser muy poderosa.»
«En muchas de sus obras [de otros compositores japoneses] se usan instrumentos tradicionales japoneses. Entiendo su deseo de identidad firme en música a través del uso de esos instrumentos. Pero cuando me enfrento a estas actitudes me impaciento: siento como si estuviera vagando por un callejón sin salida. Es la otredad más que la identidad lo que debemos encontrar en nosotros mismos. Si no, ¿por qué usar elementos occidentales? Si observamos Japón, debemos hacerlo desde un punto de vista relativo. Debemos ver a Brahms o Wagner desde puntos de vista relativos. Por suerte, esto podemos hacerlo.»
La queja por que le consideren un compositor ”muy japonés”, debería resultarnos un toque de atención. Es recurrente en sus escritos. ¿Cómo podemos explicarla?
La respuesta se compone de tres partes:

  1. Occidente no ha tenido, en general, una imagen clara de qué es lo que realmente es la música tradicional japonesa. O más bien, las músicas tradicionales japonesas, que abarcan estilos tan dispares como el gagaku (música de la corte, para interpretarse con un conjunto instrumental), las canciones populares o la música para solista (y aún en éste último caso habría que diferenciar, por ejemplo, la música tradicional para shakuhachi de la que los monjes zen hacen para el mismo instrumento).
  2. La música de nuestro autor presenta una sensibilidad y un refinamiento extremados, que son parte de su personalidad especial y propia. Atribuirlas a su nacionalidad representa el mismo tipo de desprecio que decir, por ejemplo que la de Messiaen muestra las mismas cualidades por ser francés. O que los castellanohablantes que, digamos, cocinen bien, es por hablar ese idioma. Constituye tanto un fallo de razonamiento como una trivialización de los logros del compositor, más aún, si tenemos en cuenta que nuestro concepto de lo japonés está fuertemente influenciado por lo expuesto en el punto anterior. Japón no es sólo el país del kimono, sino también de la katana, de lo cuál su música popular nos da sobradas muestras, con ejemplos extraordinariamente enérgicos y basados más en la fuerza que en la delicadeza. Por eso mismo, debe ser claro que el preciosismo de Takemitsu es patrimonio exclusivo suyo, no producto de su nacionalidad, que siendo también culturalmente preciosista, lo es en otro grado.
  3. La última parte de la respuesta, es un cierto sentido de alienación cultural vivido por todo Japón a lo largo del siglo XX. Hoy tenemos tantas muestras del mismo como deseemos, sin más que ver cualquier obra de animación japonesa (los rasgos de los personajes son occidentales), notar que su industria es al menos tan buena como cualquiera de Occidente, o ver cualquier documental de la vida en Japón. Para entender bien de dónde viene Takemitsu, vamos a necesitar entender los cómos y porqués de esa alienación.

Breve historia del Japón para músicos. Desde Wa a la restauración Meiji

El Japón antiguo recibía el nombre de Wa. Durante el periodo conocido como Kofun o Yamato (405-710 d.     C.), se unifica como nación. Hacia el siglo VI d. C., aparece la institución del Mikado, también llamada Trono del Crisantemo, momento en que ya se habla de emperadores, más que de reyes. Durante esta época, es costumbre cambiar la capital del país cada vez que muere un emperador, puesto que se consideraba que la muerte contaminaba el lugar.
En el periodo Nara (710-784), Japón recibe ya su actual nombre (en japonés) de Nippon. Se establece una capital en la ciudad de Nara. La influencia china es considerable en la arquitectura, pero también culturalmente, tanto en literatura (algunas de las obras más valiosas de la época están escritas en chino) como en música (es en estas fechas aproximadas cuando Japón importa el gagaku de China). Por último, en este periodo, se implanta con fuerza el budismo en el país.
En el periodo Heian (794-1185), la capital se traslada a Heiankyo (la Kyoto de nuestros días). En esta época, el emperador mantiene la soberanía en forma sólo nominal, mientras que el verdadero poder está en las manos de la familia Fujiwara —en este trabajo hablaré dé familias en lugar de clanes, por las connotaciones en castellano de la palabra clan, con todo será bueno recordar que no sólo hablamos de lazos familiares, sino también de lealtad y hasta geográficos (todo ello quedará más claro cuando tengamos ocasión de analizar, dentro de la música de cine de Takemitsu, escenas de Kwaidan)—. La necesidad por parte de esta familia de defender sus intereses en las provincias lleva a la creación de una fuerte clase guerrera, lo que conduce a su vez a rebeliones militares. Los recursos militares se obtenían de los señores locales, que, en consecuencia, aumentaron su poder. Gradualmente, la élite de cada región se convierte en la clase guerrera de los bushi (guerreros) o samurai (uno que sirve), regidos por el código del Bushido. Entre ellos, había cabecillas llamados daimyo.
En el periodo Kamakura (1185-1333), se establece el bakufu, que en Occidente tendemos a llamar shogunato. Ahora es el general (shogun) quien tiene el poder tras el trono. La división de clases es terriblemente dura y Japón pasa a ser una país militarizado durante una gran parte de su historia.
Durante los siguientes periodos (Muromachi y Azuchi-Momoyama) nos encontramos con continuas rebeliones de los daimyo. En situación militarizada en forma casi permanente, la familia que logra la victoria, impone su shogunato. Es en 1542, hacia el final del periodo Muromachi, cuando se establecen los primeros contactos con Occidente, por medio de un barco portugués extraviado. Las armas de fuego que aportaron los posteriores viajes portugueses sirvieron para lograr el cambio de shogunato, de los Sengoku a los Tokugawa. La afluencia occidental va siendo cada vez mayor, hasta el extremo de que se llega a conceder el rango de samurai honorario al marinero inglés William Adams (la novela de James Clavell, Shogun, está libremente basada en su historia). Llegan también misioneros jesuitas, dominicos y franciscanos, que disputan continuamente entre ellos qué orden debe hacerse con el obispado de Japón.
En 1603 comienza el periodo Edo (1603-1807). En él los Tokugawa son los que ostentan el bakufu. Hacia su comienzo, las palabras desafortunadas de un capitán español a un daimyo, en el sentido de que los españoles conseguían dominar el mundo mandando monjes a las tierras para conquistar, y luego, con la colaboración de la base religiosa hacían falta pocos soldados para retener el poder, llevaron a la más profunda desconfianza hacia los extranjeros, muy particularmente en el caso de españoles y misioneros católicos, hasta que se cerraron las fronteras de Japón totalmente en ambos sentidos, salvo unas relaciones comerciales muy restringidas con chinos y holandeses en la isla de Dejima, en el puerto de Nagasaki.
El 8 de julio de 1853, el comodoro Matthew Perry, marino estadounidense, llega a Edo (Tokyo) con cuatro barcos de guerra. Tras demostrar la terrorífica eficacia de sus armas, exige que Japón se abra al comercio exterior. Estos barcos llegan a ser conocidos como los kurofune, los barcos negros. Al año siguiente Perry vuelve a Japón con siete barcos y fuerza al shogun a firmar un tratado estableciendo relaciones diplomáticas y comerciales. En los siguiente cinco años, varios países occidentales más obtienen relaciones diplomáticas.
El comienzo del periodo Edo fue próspero para Japon cultural y económicamente. Hábiles medidas de los Tokugawa limitaron el poder de los samurais, que llegaron a depender mucho más de los campesinos. El comercio y la agricultura se avivaron. Sin embargo, la prosperidad económica condujo a un crecimiento desmesurado de la población, lo que unido a periodos de sequía produjo veinte grandes hambrunas entre 1675 y 1837. Al descontento del pueblo se unía una fuerte crítica de las otras familias nobles, que querían derrocar a los Tokugawa. Se pretendió remediar todo esto con una política de austeridad y mayor rechazo al comercio extranjero.
La pérdida de prestigio para el shogunato causada por las acciones de Perry fue grande. En su deseo de recuperar el poder militar japonés, crea una academia militar completamente occidental, con armamento alemán, lo que es violentamente desaprobado por sus ministros y colaboradores. El punto que parece desencadenar los posteriores acontecimientos es la concesión de extraterritorialidad para los norteamericanos. La unión de dos familias en contra del shogun para restaurar el poder del emperador, expulsar a los extranjeros y abolir el shogunato —o esa era la excusa, en realidad el poder acabó en manos de una coalición de daimyos de las dos familias—, desemboca en primera instancia en ataques a las embarcaciones occidentales por parte de jóvenes samurais de las familias Satsuma y Choshu, sin que el shogun lograse impedirlo. La represalia a estos ataques consistió en un bombardeo a Shimonoseki. La evidencia de la superioridad militar occidental lleva a un cambio de gobierno que acaba por inaugurar la época denominada Restauración Meiji, bajo el gobierno del emperador Mutsuhito. En ella se abole el sistema feudal y se adoptan otros cambios que acaban por convertir a Japón en una potencia mundial.
Japón evito el imperialismo occidental al que no pudieron sustraerse otros pueblos asiáticos por medio de una cuidadosa imitación de los más efectivos aspectos políticos, económicos, industriales y militares de occidente. Eso llevó incluso a la legalización del cristianismo en 1873 y la abolición de la clase de los samurais en 1877.

La restauración Meiji y la música

La música occidental llegó a Japón por tres medios fundamentales:

  1. La reintroducción de la música religiosa cristiana.
  2. La occidentalización del estamento militar, por extraño que parezca. Para reproducir la formación militar a la occidental, se requieren bandas de música, aunque no sea más que para mantener el paso en las marchas. Se comenzó con las llamadas kotekikai (la típica agrupación de pícolo y caja que hemos visto en tantas series americanas) hasta que la familia Satsuma consiguió que le prestasen instrumentos y que les diera instrucción el irlandés John William Fenton, con lo que se llegó a la creación de una banda convencional. Cuando la agrupación llegó a poder comprar sus propios instrumentos se convirtió la banda oficial de la marina japonesa. Su ejemplo hizo que se creasen otras. Las bandas, además de para las marchas se usan para ocasiones ceremoniales, con lo que llega rápidamente a las primeras composiciones al estilo occidental, como el himno de Japón (que apenas tiene nada de influencia popular japonesa). También, daban conciertos, con lo que hasta 1880, se convierten en la principal actividad musical en el imperio.
  3. La educación musical. En 1872 el ministro de cultura reguló que en la escuela elemental el canto era parte del currículum, y en la escuela media, la práctica instrumental. Para conseguir estos objetivos —obviamente difíciles, sin instrumentos ni profesores—, se designó a Shuji Ozawa para que viajase a Estados Unidos y examinase sus métodos pedagógicos, además de para que estudiase música él mismo. A su vuelta, redacta un documento en el que sostiene que tres tesis son posibles:
    • El cultivo exclusivo de la música occidental.
    • El cultivo exclusivo de la música tradicional.
    • Citando literalmente: “la mezcla de ambas hasta que se consiga una nueva clase de música, apropiada para el Japón de hoy” (las cursivas son mías).

Se decanta por esta última alternativa, lo que lleva a la compilación de Shogaku Shoka-Shu, una colección de canciones para escuela primaria que recoge melodías representativas de las tres posibilidades (para la posibilidad c emplea obras especialmente compuestas). El intento es, obviamente algo ingenuo y lleva a que, por ejemplo, muchos japoneses actuales sigan pensando que Auld Lang Syne es en realidad una melodía popular japonesa llamada Hotaru no Hikari.
Poco a poco, se va abandonando la enseñanza de la música tradicional japonesa, práctica que no se retomará hasta después de la segunda guerra mundial. Podemos pues decir con seguridad que en el periodo de la primera mitad del siglo XX, la educación musical de los japoneses tenía muchos más elementos occidentales (posibilidad a) que autóctonos, y que aún esos dependían (posibilidad c) de la mezcla con elementos occidentales. Es necesario darse cuenta que la música que solemos asociar con lo japonés es justamente la que acabo de describir. Lo más japonés que hay en ella es una fijación con la escala pentáfona que tampoco es excesivamente característica de la música tradicional auténtica. Esta es la música con que se crió Takemitsu. En años posteriores hay una actitud cada vez más militarista y antioccidental por parte de cierto sector japonés, con lo que el aprecio por la música tradicional viene a equivaler, en cierto momento histórico a una actitud regresiva y conservadora.

Takemitsu y la música tradicional japonesa

Nuestro autor nació en 1930, bajo un expansionismo militarista que acabó, en última instancia, por provocar la entrada de Japón en la segunda guerra mundial (1939-1945). El gobierno enormemente nacionalista acabó prohibiendo la interpretación de la música “enemiga” —es decir, la occidental—, con la única excepción de la música militar. Y aún ésta, si era de creación reciente estaba seriamente alicortada en cuanto a requisitos formales y estilísticos.
Un mes despúes de su nacimiento, Takemitsu fue llevado a China, donde trabajaba su padre, Takeo Takemitsu. Fuera de Japón, Takeo podía permitirse la posesión de una gran cantidad de discos de jazz, con una especial preferencia por el Dixieland —en la obra de Takemitsu Family Tree—Musical Verses for Young People, podemos apreciar como en el momento de presentar la figura del padre la música adopta un estilo definidamente jazzístico—. Takeo tocaba también el shakuhachi, y, al parecer ganó un concurso imitando pájaros con él. Podemos pues observar que las primeras influencias musicales del joven Toru fueron claramente occidentales.
A la edad de siete años Takemitsu viaja a Tokyo para comenzar su escolarización. Su padre le sigue un año más tarde para ser atendido médicamente, sin gran fortuna, pues muere en 1938. Toru y su madre Raiko se alojan con su tío, cuya esposa enseñaba como tocar el koto. Es quizá la asociación del sonido del koto en estos años infelices la que le lleva a reaccionar de forma negativa ante la música japonesa tradicional.
“Cuando era un niño, vivía en Tokyo con mi tía, una profesora de koto. Escuchaba música tradicional japonesa a mi alrededor todo el tiempo. Por alguna razón, nunca me gustó, nunca me conmovió. Más tarde, escuchar música tradicional japonesa siempre me trajo los amargos recuerdos de la época.”
En 1944 Takemitsu, con catorce años, es reclutado para construir bases militares subterráneas en las montañas. Esta experiencia, unida al hecho de de que el militarismo favorecía la música japonesa —podemos establecer un paralelo con la Alemania nazi y la música de Wagner— deben haber intensificado la aversión de Takemitsu por lo japonés.
En una ocasión, un oficial recién graduado tomó en secreto a un grupo de jóvenes a un cuarto escondido, para darles un recital clandestino de música prohibida, usando un gramófono que tenía un trozo afilado de bambú en lugar de aguja.
Al parecer, una de las primeras piezas que se reprodujeron en aquella ocasión fue Parlez-moi d’amour, interpretada por Lucienne Boyer. La experiencia fue intensa para el joven Toru, acostumbrado a un insípido régimen de canciones patrióticas.
“Para mí, escuchar esa música vino como un enorme shock; estaba deslumbrado, y, por primera vez, me dí cuenta de repente de la espléndida calidad de la música occidental.”
Con el cese de la guerra, Takemitsu, como muchos de sus compatriotas rechaza violentamente todo lo japonés (no sólo en música) y admira sin reservas todo lo occidental. Muy particularmente, le llama la atención el cine, lo que sin duda explica su inmenso catálogo de partituras para este medio, y la calidad de las mismas.
El gobierno ocupante norteamericano fundó una gran biblioteca en Tokyo, a la que Takemitsu, reavivada su sensibilidad musical por la canción de Lucienne Boyer, acudía cada día para mirar partituras, todas norteamericanas, ninguna europea, puesto que no había de estas últimas disponibles. También los norteamericanos crearon una emisora de radio, en la que Toru pudo escuchar música de Gerswin, Debussy, Mahler y Messiaen. Y la de César Franck, cuyo Preludio, Coral y Fuga le hizo entender la calidad de la música instrumental de Occidente y le despertó el deseo de convertirse en compositor. A partir de ese punto empezó su formación, básicamente autodidacta. Se hizo miembro de un coro de aficionados, donde conoció a Hiroyoshi Suzuki, también compositor. Juntos, comenzaron a estudiar la biblioteca musical del director del coro, Tokuaki Hamada, que tenía una marcada preferencia por la música francesa.
A finales de 1946 Takemitsu obtuvo empleo en la cocina de una base militar estadounidense en Yokohama —su familia, que desaprobaba su idea de ser compositor, no le mantenía—. Llego allí al acuerdo de que a cambio de de ejercer de “disk-jockey” para los soldados durante la noche, se le permitiría usar un piano durante el día. Hasta entonces, había usado un teclado de papel, y, si escuchaba desde la calle un piano, llamaba a las puertas de las casas para pedir que le permitiesen usarlo —al parecer nunca se lo negaron—. Cuando acabó el trabajo, alquiló un piano Pleyel, que tuvo que devolver pronto por imposibilidad de pagarlo. El compositor Toshiro Mayuzumi al enterarse, aunque no conocía a Takemitsu, le envió su propio piano, lo que reafirmó a Toru en su determinación.
En estos años Takemitsu llega a destruir obras que le parecen tener elementos japoneses. Tal fue el caso de Kakehi. Poco después, Takemitsu junto su amigo Suzuki tuvieron un intento desafortunado de estudiar con el compositor Kishio Hirao, y otro más provechoso con Yasuji Kiyose
Una vez, vió una grabación de su música en París. Se sintió avergonzado porque en la portada aparecían el monte Fuji y una geisha. La imagen del Fuji le recordaba no sólo la belleza de la montaña, sino la vergüenza de Japón.
No es hasta 1960 cuando se reconcilia con la música de Japón. Lo hizo al escuchar la música de un teatro de marionetas, interpretada con shamisen. A partir de ese punto nunca dejó de interesarse por ella y por la música de otras culturas en general.
La aproximación de Takemitsu a la música popular, suya y de otros países es sobre todo, la de un profundo interés por el sonido, más que por las técnicas propias de cada tradición. En este sentido, algunos de sus más logrados refinamientos orquestales deben su génesis a la especulación sobre estos sonidos.
Igualmente explican su simbología sobre árboles y hierba —tan presentes en sus títulos—, donde la hierba representa lo popular, por no distinguirse significativamente una hoja de hierba de otra, y los árboles la tradición occidental, cada árbol un autor que se destaca entre la hierba.
Más hablaremos sobre sus influencias orientales en los casos de partituras concretas. Baste por ahora lo dicho para explicar su disgusto por que le considerasen “muy japonés”.
Antes de entrar en aspectos más técnicos, espero haber dejado sentadas las bases para demostrar que Takemitsu no es un compositor japonés que escribe música occidental, ni un compositor que emplea de forma occidental instrumentos japoneses. Es un compositor con su propia voz, matizada por muchas influencias, y con una posición única que le ha permitido una mirada límpida sobre músicas de diversas procedencias.

(Previamente publicado en Potsdam 1747)

Acerca de CarlPhilipp

Soy músico y compositor. Puedes saber mucho más sobre mí en http://enriqueblanco.net

Publicado el octubre 26, 2011 en Recursos y etiquetado en , . Guarda el enlace permanente. Deja un comentario.

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